por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Si hay cosas de las que uno se jacta, hay otras en las que se sufre demasiada humillación cuando se es compadecido. El fantasma de la ópera. Gastón Leroux.

Las historias más populares que conocemos en las últimas décadas tienen dos denominadores comunes: no son modernas y son el producto del ingenio de escritores franceses de diversas épocas. La más antigua de ellas, “La bella y la bestia”, es obra de Gabrielle Suzanne Barbot de Villeneuve, escritora del siglo XVIII, publicada en 1740. Ya por todos conocida a raíz de su nutrida popularización en versiones de cine, teatro, musicales y hasta dibujos animados, la historia nos señala la importancia de mirar más allá de las apariencias: cuando la bella se da cuenta de la amabilidad y ternura de la bestia –a pesar de su aspecto horroroso, producto de un hechizo– y lo besa, éste se transforma en un elegante príncipe. También es un llamado temprano –siglo XVIII– a puntualizar los derechos de la mujer a elegir con quién quiera casarse y no simplemente seguir los mandatos de su padre, como era tradicional.

De manera muy similar, la novela gótica de Gastón Leroux, “El fantasma de la ópera”, también popularizada en innumerables películas, espectáculos de teatro y musicales, nos cuenta el sufrimiento de un horroroso y torturado fantasma llamado Eric, quien se enamora de la cantante lírica Cristina Däe, bellísima artista de la Ópera Garnier de París, donde el monstruo habita en sus más recónditos subsuelos. La novela de Leroux de 1910 reitera el tema de que, si logramos mirar más allá de lo puramente estético, como lo hace la grácil Cristina a medida que el desolado fantasma la adora, podemos encontrar belleza en el cariño y la atención que nos brindan, superando lo superficial y aparente. La ópera Garnier, construida sobre un lago subterráneo entre 1857 y 1874, es el ambiente en el cual se desarrolla esta magnífica novela que tiene más de una lectura moral y una advertencia: Es una apelación a la confianza mutua en una relación y a que el amor no se puede ni comprar ni forzar. El fantasma, por eso, le permite a Cristina salir de su captura en los acuosos subterráneos del teatro, esperando que lo elija a él y no a su prometido, apostando a que su amor será suficiente. Trágico error, pero misma decisión que hace la bestia en la obra anterior, dejando que “la bella” pueda volver a visitar a su padre, a quien añora entrañablemente, con tal que cumpla su promesa de regresar… y en un final más agraciado, la Bella así lo hace.

“La bella y la bestia”, dicen los especialistas en investigaciones literarias, está en realidad basada en un famoso cuento de hadas, de ahí su clásico comienzo: “Había una vez” … una rica historia de Lucio Apuleyo, un prolífico escritor del siglo II d.C. nacido en Argelia, de ancestros bereberes, y educado en Roma y en Grecia. Escritor, filósofo, novelista, poeta, retórico y médico, Apuleyo escribe la historia “El oro y el asno”, misma que muy probablemente influenció a don Miguel de Cervantes Saavedra en varios momentos de su “Don Quijote de la Mancha”. Dentro de este libro se encuentra el relato de “Cupido y Psique”, también llamado de Eros y el Alma. En el relato clásico, un rey, padre de tres hijas, se preocupa porque la más bella de ellas es tan hermosa que no hay pretendiente que se atreva a pedir su mano. Su hermosura también inquieta a la diosa Afrodita y la hace estallar de celos, tanto que le pide a su hijo Eros que le lance una flecha para que se enamore “del hombre más feo y ruin que pueda encontrar

Céfiro –en la mitología griega, el dios del viento del oeste, ligero, generador de la primavera y esposo de 1.000 mujeres incluyendo a Iris, la diosa del arcoíris– transporta a Psique hasta la cueva de Eros luego de que el padre de aquélla siguiera el consejo del oráculo de Mileto: que la abandonara en la cumbre de una montaña para ser sometida por un monstruo. El relato nos cuenta que Eros se enamora locamente de su belleza y la lleva a su palacio, donde se le aparece cada noche en la oscuridad, pidiéndole que no mire jamás su rostro porque si no la relación acabará en desgracia. Harto sabido, pero no menos interesante, es la interpretación psicoanalítica que se refiere a que cuando crece la conciencia de la realidad, el amor (deberíamos decir la infatuación) tiende a desvanecerse: cuando Psique vuelca inadvertidamente una gota de su lámpara de aceite para observar mejor su rostro, Eros se retira. Aunque a todas las personas que aman les queda como consuelo el final de esta historia: Eros la extraña tanto que le pedirá al dios máximo –Zeus– que le permita casarse con ella y así lo hace. Materializan entonces un matrimonio feliz en el que el amor y la conciencia, la exaltación erótica y la convivencia amorosa, pueden convivir y ser “felices para siempre” como en el mejor cuento de hadas.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.